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Opinión

Del paro por la dignidad, a las fiestas de San Pacho.

No podrá haber mejor historiador que el mismo protagonista de los hechos, y si los hechos son recientes, la versión es aún más creíble.

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Rodrigo Córdoba Mena

Por Rodrigo Córdoba Mena.

No podrá haber mejor historiador que el mismo protagonista de los hechos, y si los hechos son recientes, la versión es aún más creíble. Tal es el caso del histórico grito del pueblo chocoano que del 17 al 24 de agosto elevo su voz de protesta hasta la altiplanicie cundiboyacense, a dos mil ochocientos metros más cerca de las estrellas, sede del gobierno nacional colombiano, despótico y discriminador, reclamando, no sin razón, verdad, justicia y reparación colectiva. Esta gesta patriótica que le devolvió a nuestro pueblo la esperanza y la potencial fuerza en su autodeterminación, se ha visto interrumpida por dos acontecimientos, no menos importante.

El primero, ocurrió el 24 de agosto, cuando en pleno paro cívico Colombia y mundo conocieron la primera firma del acuerdo final para terminar el conflicto armado entre las guerrillas de las FARC y el Gobierno del presidente Santos, seguido de la convocatoria del primer plebiscito refrendatario del siglo XXI, próximo a realizarse el 2 de octubre de 2016. Sería necio desestimar la incidencia negativa que ese anuncio de connotación mundial produjo en las domesticas negociaciones que se desarrollaban en el Chocó, con el agravante de que el presidente de la republica muy seguramente ni siquiera sabía qué se estaba negociando en Quibdó, en su representación.

Y la segunda interrupción a nuestro irreversible camino de lucha por la vida y por la dignidad de los chocoanos irónicamente, comenzó el 20 de septiembre con el desfile de banderas y comparsas que abre las puertas a las tradicionales fiestas de san pacho; largas, alegres y divertidas caracterizadas por disfrazar la pobreza, la corrupción, la discriminación y hasta la fealdad, sin que al final genere dividendos positivos para la vida y la convivencia comunitaria de los Quibdoseños y chocoanos en general.

Mientras propios y extraños se embriagan, al compás del contagioso folklor, de la rumba, de las comparsas y de las verbenas; la Fe y la religiosidad en el Santo Patrono, parece que no alcanzarán a cambiar la trágica realidad que vivimos los habitantes de la villa de Asís, asociada a los altos índices de muertes violentas, al alarmante desempleo que pauperiza y degrada la condición humana, al caos y anarquía en la movilidad y el tránsito vehicular, y en todo caso, a la desesperanza que produce tanto desgobierno en el departamento del Chocó, cuya evidencia se refleja con mayor impacto en la ciudad capital.

Sin embargo, renovamos nuestro compromiso y apoyo a las manifestaciones culturales y religiosas que comportan nuestras fiestas patronales, recientemente declaradas patrimonio inmaterial de la humanidad; pero nos asiste la preocupación que este natural derroche de festejos y alegrías, termine anestesiando nuevamente el ímpetu, que, en hora buena, ha cobrado la movilización popular en cuyo horizonte no puede haber ni pausa ni sombra en el propósito de cristalizar el logro de las justas y legítimas aspiraciones colectivas; pese a repetir, una y mil veces, hasta el cansancio, bienvenido san pacho, siempre y cuando no vulnere el derecho a la vida, garantía imprescindible para el disfrute y ejercicio del derecho a la cultura y a la religiosidad.

Por último san pacho bendito, ayúdanos a superar la incompetencia de los que dirigen tu pueblo.

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