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El Presidente de la Fundación Fiestas Franciscanas de Quibdó, participó como invitado especial en la reinauguración del Museo Colonial.
Ramón Cuesta Valencia, presidente de la fundación Fiestas Franciscanas de Quibdó, acudió como invitado especial a la reinauguración del Museo Colonial en la capital de la Republica, en compañía de la Las hermanas Leodanny Parra Andrade Coordinadora del grupo de Cultura, de la Secretaria de cultura del Departamento del Chocó y Luz Eulogia Agualimpia Coordinadora […]
Ramón Cuesta Valencia, presidente de la fundación Fiestas Franciscanas de Quibdó, acudió como invitado especial a la reinauguración del Museo Colonial en la capital de la Republica, en compañía de la Las hermanas Leodanny Parra Andrade Coordinadora del grupo de Cultura, de la Secretaria de cultura del Departamento del Chocó y Luz Eulogia Agualimpia Coordinadora Religiosa de la Fundación Franciscana.
A la Fundación Fiestas Franciscanas le cedieron un espacio, donde mostraron el arco en representación de lo religioso y también la parte cultural.
El evento se llevó a cabo el día 3 de agosto del presente año, con la participación de la Ministra de Cultura; María Garcés Córdoba, María Constanza Toquica Clavijo Directora del Museo Colonial y Museo Santa Clara, el acto contó con la presencia del presidente de la Republica; Juan Manuel Santos Calderón y otras personalidades.
Apartes del discurso del presidente de la Republica.
El Museo fue construido en 1604 –hace más de cuatro siglos–, su primer destino fue el de colegio máximo de la Compañía de Jesús.
Aquí se fundó, unos años después, la Academia Javeriana, antecedente de la Universidad Javeriana.
Aquí se posesionó Antonio Nariño como presidente de Cundinamarca; aquí Santander abrió el Museo de Historia Natural y –cosas de la vida– aquí estuvo recluido luego, acusado de participar en la conspiración septembrina.
Dicen que dedicó sus días de prisión a contar y catalogar los libros de teología, filosofía y ciencias que habían dejado los jesuitas.
Este claustro fue varias veces prisión y varias veces cuartel militar, en las tantas guerras civiles que sufrimos en el siglo XIX.
Aquí se juzgó al general Tomás Cipriano de Mosquera por sus actos dictatoriales y –ya en los albores del siglo XX– a los asesinos de Rafael Uribe Uribe.
Aquí Miguel Antonio Caro proclamó la Constitución de 1886 –que nos rigió por más de 100 años–, y aquí se escuchó por primera vez nuestro himno nacional.
En otras palabras: la historia nos rodea con sus triunfos y sus derrotas, con sus exaltaciones y sus tragedias, y se puede sentir en cada muro, en cada árbol, en cada obra…
Y para mí es particularmente satisfactorio poder decir que un antepasado mío –mi tío-abuelo Eduardo Santos– fue quien decidió recuperar la vocación histórica de esta casa y fundar acá, hace 75 años, el Museo Colonial.
En esta tarea tuvo dos aliados fundamentales: su ministro de Educación, el gran intelectual e historiador Germán Arciniegas, y su propia esposa, Lorencita Villegas de Santos, quien asumió, con otras señoras de la sociedad bogotana, la tarea de crear y estructurar el jardín del museo.
¿Y cómo se formó la impresionante colección de arte colonial y objetos de la época colonial? Básicamente con donaciones de particulares –comenzando por el mismo Eduardo Santos– que entregaron al museo las obras y reliquias que tenían en sus casas.
Hoy el Museo Colonial es monumento nacional y guarda la colección de obras de arte más completa y numerosa de la época de la Colonia en Colombia.
También tiene –entre obras de muchos autores de los siglos 16, 17 y 18– la más importante muestra de la obra del pintor neogranadino Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, además de esculturas, orfebrería, platería, cerámica y objetos de la vida cotidiana en esos tiempos.
Aquí está –por ejemplo– el cuadro del Símbolo de la Trinidad, de este pintor, que muestra un Cristo de tres rostros y tiene una historia singular.
Por siglos se escuchó la historia de que Gregorio Vásquez había pintado un cuadro sobre la Trinidad en el que Jesús tenía tres rostros, pero nadie lo había visto o daba cuenta de su paradero, al punto de que ya se consideraba una leyenda.
No fue sino hasta en los años ochenta del siglo pasado cuando una radiografía de un cuadro al que llamaban El Redentor mostró que detrás del cabello largo de Jesús se escondían las dos caras laterales, y que este cabello se había agregado para cubrirlas.
Quitaron la pintura superpuesta, y hoy el Cristo de tres rostros forma parte de los muchos tesoros de este museo.
Y hay otra historia inolvidable: la del Mono de la Pila, ubicado en el jardín.
El Mono de la Pila fue una fuente pública de agua ubicada en la Plaza Mayor –hoy la Plaza de Bolívar– desde fines del siglo 16 hasta mediados del siglo 19, cuando fue reemplazado por la estatua de Bolívar.
Cuando los niños eran enviados por sus madres a recoger agua en baldes y regresaban cansados y quejumbrosos a sus casas, sus madres les respondían: ¡Vaya a quejarse al Mono de la Pila!
Esa frase subsistió hasta nuestros tiempos, y sigue siendo parte de la cultura popular bogotana. A mí, por lo menos, me la decía mi mamá cada vez que hacía mala cara por alguna tarea que me ponía…
Así que ya saben: cuando quieran quejarse de algo y nadie les haga caso… ¡vengan al Museo Colonial!
Con semejante historia, ¡cómo no preservar este monumento!
Tal vez su última restauración se había hecho en tiempos de Colcultura y del presidente Belisario Betancur –siempre atento a cuidar nuestro patrimonio histórico– en 1986.
Por eso nosotros, casi 30 años después, decidimos poner manos a la obra, restaurar la casa, mejorar y modernizar su narrativa, y hoy –luego de varios años de trabajo, con los mejores expertos– estamos orgullosos de abrirlo de nuevo al público.
Gracias, querida ministra Mariana Garcés; gracias a su directora Constanza Toquica; gracias a todos los investigadores, restauradores, museólogos, historiadores y trabajadores que pusieron su grano de arena para entregar este Museo Colonial, totalmente renovado, al disfrute de los colombianos y extranjeros.
El Museo Colonial es uno de 48 proyectos de restauración y rehabilitación que hemos hecho en nuestro gobierno, incluido el Teatro Colón.
Este es un lugar para conocer y disfrutar el arte colonial. Pero es mucho más que eso.
Es un sitio para respirar el encuentro entre el Viejo y el Nuevo Mundo a los que se refería Bolívar cuando instaló aquí el Congreso Admirable.
Es un lugar para revivir el pasado, para entenderlo y para sentirlo como parte integrante de nuestro presente. Porque nosotros somos el resultado de esos siglos que ha visto pasar esta Casa de las Aulas.
Por nuestra sangre, por nuestra memoria genética, circulan los vientos de aquella Santafé de Bogotá, los anhelos y sueños de nuestros antepasados, que vivieron un mundo distinto y construyeron –sin saberlo– nuestro mundo.
Por eso este museo es pasado y es presente, y será –como lo ha dicho muy bien Constanza– una herramienta para la consolidación de la paz y para el posconflicto; para seguir encontrándonos y conociéndonos desde la inmensa riqueza de nuestra diversidad cultural y regional.
Así que bienvenidos, ¡muy bienvenidos!, a esta cápsula de la historia, a este túnel del tiempo, a este maravilloso legado cultural que dejamos a Bogotá y a Colombia.
Y si algo no les gusta, si algo queda faltando, no hay problema, con toda confianza… ¡pueden ir a quejarse al Mono de la Pila!
(Fin)