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Opinión

¡Nuestros jóvenes tienen derecho a vivir!

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Por. Haidy Sánchez Mottsson – @sanchez_haidy

 Los últimos casos de asesinatos a niños y jóvenes que se están viviendo en Colombia, producidos en semanas anteriores pero recientes, suscitan este artículo.

Que Colombia es un país particularmente violento no nos sorprende; que la vida parezca no valer nada, tampoco nos asombra; pero que ya ni se respete el derecho de los que no han vivido mucho y tienen todo un camino largo para existir es inaudito e inaceptable; situación está que nos obliga a ver muy claramente la pérdida de valores, principios y por supuesto la descomposición social que inunda al país.

Las diversas y elevadas cifras de homicidios que circulan a diario en los medios de comunicación y las redes sociales nos hablan de una realidad catastrófica pero cierta.

Medicina legal en Colombia arrojó cifras de muertes violentas del periodo de enero a mayo del presente año, de 3.922 muertes por homicidios, donde 822 homicidios son de niños y jóvenes de los 0 a los 24 años de edad, cifras alarmantes y desconsolantes.

Ataques violentos, homicidios y masacres contra nuestros jóvenes; eso es lo que se nos ha venido sirviendo últimamente en las noticias. Los últimos informes nos muestran, por ejemplo, desgarradoras historias donde un joven de 17 años de edad, el 30 de julio de los cursantes, en Sincelejo, pierde la mitad de su brazo, a causa de una agresión violenta por ser homosexual.

Dos días más tarde, se reporta que dos menores con edades entre los 12 y 17 años fueron asesinados en zona rural de Leiva (Nariño); estos dos hermanos iban a dejar una tarea en su colegio y los asesinaron.

Seguidamente, a cinco menores, con edades entre los 14 y los 16 años, les dispararon y degollaron en el barrio Llano Verde, en el oriente de Cali. Ese mismo día otro joven líder comunitario fue asesinado en el municipio de Alto Baudó, Chocó. Pero la racha de masacres y crímenes no terminó ahí, pues días después se asesinaron a ocho jóvenes indefensos en Samaniego Nariño. Todos estos eran jóvenes, que querían vivir, no volverán a abrir sus ojos porque sus esperanzas se las arrebataron de un balazo, un machetazo con maltratos hasta llegar a la muerte. ¡Dios mío, qué horror!

Duele el escuchar padres golpeados y derrumbados que expresan: “Nos están matando a los jóvenes, a la esperanza del país”, “en este barrio vivimos en constante zozobra, a nuestros hijos los despedimos, pero sin saber si regresarán a casa”.

La pregunta que no se puede pasar por alto es, entonces: ¿cómo es posible que en cuestión de menos de un mes el aumento de masacres y asesinatos a niños y jóvenes en Colombia sea tan desbordante?

Nos acostamos o levantamos llenos de noticias que hablan de la muerte de jóvenes inocentes que han sido exterminados. Que el poder de la guerra ya sea la que sea, les está quitando el derecho de crecer, desarrollarse y envejecer. Proyectos de vidas truncados, madres ahogadas en llanto, padres desbastados del dolor, hermanos vueltos nada. Familiares que en muchos casos sienten muchas ganas de cobrar la muerte de sus seres queridos, para por fin poder alcanzar algo de “paz interior”; es decir, estamos en la construcción de una sociedad que está revolcándose en el odio, en la sed de venganza, en el dolor, donde las consecuencias de esto son el miedo, la decepción, el desencanto, la desorientación y la desesperanza. Se trasmite un mensaje claro a las nuevas generaciones: no hablen, no opinen, no construyan, no sueñen, ¡resígnense! Un mensaje obsoleto, absurdo y típico de sociedades enfermas.

También es relevante traer a colación que el hambre y la miseria en la que se encuentran muchos jóvenes colombianos se ha constituido en la piedra angular de muchos de estos problemas que estamos viendo. Esas condiciones socioeconómicas hacen que, en Colombia, y principalmente en territorios vulnerados, haya un creciente grupo de jóvenes cuya cotidianidad está marcada por deserción escolar, escasez de oportunidades de empleo y fragilidad en redes de protección. Indiscutiblemente gran parte de estos mismos son los que en repetidas veces se convierten en “carne de cañón” de la guerra, carnada de grupos al margen de la ley y redes de narcotráfico.

El balance que habría que hacer es ¿cómo construimos entre todos, una sociedad en Colombia con equilibrio, muchas más oportunidades, libre de discriminación a las diferencias y libre de racismo estructural?

Es necesario que el gobierno nacional haga un juicioso y contundente trabajo en políticas públicas para los jóvenes. Debo reconocer en Colombia sí hacen grandes esfuerzos desde algunas instituciones públicas y privadas para proteger y ayudar en el desarrollo integral de los niños y jóvenes, pero también debo decir que estas políticas y programas no son suficientes; no tienen la cobertura nacional ni la continuidad que se requiere para realmente cerrar brechas en atención psicosocial y laboral a estos.

La situación actual en el país se convierte en un verdadero desafío para todos los actores de la sociedad, donde cada uno debe aportar su granito de arena. La inversión en el fortalecimiento de recursos económicos y humanos de las entidades que tienen como función proteger el bienestar de los niños y adolescentes se hace urgente; porque si no, estas entidades se reducen o desaparecen. Es fundamental que programas para la ocupación del tiempo libre, proyectos productivos, de formación académica, deportiva, musical y cultural se puedan ejecutar, realizar y que tengan una cobertura nacional. La educación en valores y respeto por la diversidad humana es otro punto crucial en la formación de nuestros jóvenes y en la construcción de nuestra Colombia diversa. Se deben hacer muchas más campañas que promuevan el respeto y la tolerancia a la diversidad en todas sus expresiones. Allí tienen una gran responsabilidad las instituciones educativas, las organizaciones juveniles, los grupos comunitarios, las diócesis, grupos religiosos y los medios de comunicación.

Finalmente, como lo expreso en esta columna, hay muchos niños y jóvenes que ni siquiera sueñan con un futuro y algunos inclusive dicen: ”¿para qué estudiar si somos pobres?” o” yo sé que nunca seré médico, ni profe”. Por esto la importancia de trasmitir esperanza, hacer que estos crean en su país, ¡mostrarles que el derecho a vivir y a soñar sí se les puede garantizar!

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