Por: José María Daza.
Diría uno que la mayoría de actividades en una actividad económica tiene una medición específica, tanto que hasta la velocidad de circulación del dinero se puede medir.
En este caso, para poder conocer cuántas veces rota la cantidad de dinero que está en el mercado, en la economía, en la calle, incluido el que se guarda en el sector financiero, en un tiempo determinado, se toma el valor del Producto Interno Bruto – PIB, frente al monto total de monedas y billetes girando en la economía de un país.
En 2024, el Producto Interno Bruto de Colombia, fue de $1.706,44 billones y que la cantidad de moneda en circulación fue de $207,14 billones. Esto haciendo la operación de división nos da que esa cantidad de dinero da un giro de 8,23 veces durante un año en toda la economía del país. Eso quiere decir que, tomar ese monto de dinero sirve en el año para cubrir lo que vale adquirir el PIB. Esto incluye las transacciones electrónicas y el dinero que tienen los bancos y en general el sector financiero.
Dentro de las políticas determinantes para controlar la inflación o el encarecimiento de los precios de los productos, el Banco de la República tiene la obligación de manejar el tema del dinero en circulación como una herramienta de política monetaria, teniendo en cuenta que es una función constitucional.
En términos sencillos esta política define, que, si la cantidad de dinero en una economía aumenta, los precios tienden a subir (inflación) y si la cantidad de dinero disminuye, los precios tienden a bajar (deflación). Esto acompañado de otras decisiones como el manejo de las tasas de interés.
El efecto de la bancarización de los colombianos, es decir que cada ciudadano tenga y mueva su dinero desde el sistema financiero, beneficia o reduce el movimiento del dinero, toda vez que, al pagarse desde una tarjeta de cuenta de ahorros, corriente o de crédito, no requiere entonces de usar dinero en efectivo, sin embargo, cuenta para la medición de este ritmo del dinero.
En Colombia, a pesar del crecimiento de las transacciones electrónicas, el efectivo sigue siendo el medio de pago más utilizado, aunque su predominancia está disminuyendo. Las transacciones electrónicas, incluyendo transferencias y pagos con tarjetas, han aumentado, pero el efectivo aún representa la mayoría de las operaciones diarias.
Hay unos factores que influyen en las dos modalidades:
La costumbre de usar efectivo para compras diarias y la facilidad percibida para ciertos tipos de transacciones contribuyen a su persistencia. Adicionalmente, el acceso a tecnología, puede afectar su uso, dada la disponibilidad y la conectividad a internet, los dispositivos móviles y las plataformas de pago digital que pueden variar según la región y el nivel socioeconómico.
Así mismo, la percepción de seguridad y la confianza en los sistemas de pago electrónico influyen en la adopción de estos métodos. También las políticas de inclusión financiera han venido evolucionando positivamente pese a que la falta de acceso a servicios financieros y bancarios en algunas zonas rurales o con bajos ingresos puede dificultar la adopción de medios de pago electrónicos, sin embargo, se ha venido presentando un aumento de pagos digitales y el uso de transferencias electrónicas, pagos con tarjetas y otras opciones digitales, impulsado en parte desde la época de la pandemia y la necesidad de opciones sin contacto.
La diversificación de métodos de pago, como sucede hoy con la plataforma coordinada por el Banco de la República llamada Bre-B, permite opciones innovadoras como transferencias interbancarias en tiempo real y pagos mediante enlaces digitales, ampliando la oferta y facilitando el acceso a pagos electrónicos.
La falta de infraestructura bancaria y acceso a servicios financieros en zonas rurales sigue siendo un desafío para la inclusión financiera y la adopción de pagos digitales.
En resumen, aunque el efectivo sigue siendo el rey en Colombia, las transacciones electrónicas están ganando terreno, impulsadas por avances tecnológicos y cambios en los hábitos de consumo. Sin embargo, persisten desafíos relacionados con la inclusión financiera, el acceso a la tecnología y la confianza en los sistemas digitales, especialmente en zonas rurales y con menores ingresos.