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Opinión

Prensa escrita al banquillo.

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Por. Norman Mesa Lopera.

Esta virtualidad sí da para todo. Entusiasta seguidor en mis años mozos de la política, esperaba ansioso que a la biblioteca pública de mi natal Entrerrios, llegara un ejemplar de El Colombiano. Entendible pues no tenía 15 pesos que costaba en el Almacén Central de “Mahoma”. Era 1985, pleno sesquicentenario de la conversión de caserío a municipio del que después llamaría Catalina Villa, “la Suiza de Colombia”, y antesala además de elecciones presidenciales, que en 1986 le entregó credencial a Virgilio Barco como timonel de este país del Sagrado Corazón de Jesús.

Palabra de Dios eran para mi, las instrucciones de mis padres y hermanos mayores, pero también lo eran las predicaciones dominicales del Padre Froylán Yepes en la misa, y de remate el editorial y las columnas de opinión del “diario leer de los antioqueños”, remoquete que ostentó el periódico de don Francisco de Paula Pérez Tamayo por muchos años.

Después me volví más abierto, así que le dí entrada a El Espectador y a El Tiempo, y un poco a El Mundo, así que ya tenía más discurso para trabar conversaciones de política con personas de mi edad, algunos de ellos en orilla política opuesta a la mía.

La aburridora historia viene al cuento porque esos medios tradicionales que mucho aportaron a la sociedad colombiana, hoy tengo la impresión de que están, como decimos coloquialmente, “quemando sus últimos cartuchos”, y tengo por afirmarlo porque sus lectores fieles ya somos una reducida franja de la sociedad que nacimos de la década del 60 hacia acá. No pareciera que a los que nacieron durante y después de la Constitución del 91, tengan como fuente de consulta informativa o de opinión a los medios ya mencionados, aunque tampoco a La Patria de Manizales, a El Heraldo de Barranquilla, a El País de Cali.

Algunos han hecho esfuerzos por encontrar entre su público lector, quién se le apunte a escribir, y mostrarse más complacientes y participativos, verbo y gracia el Taller de Opinión de El Colombiano y el Antieditorial de El Espectador, pero todo indica que falta más creatividad si es que quieren en 10 años, seguir gozando del reconocimiento y respeto logrado hasta hoy, pues ahí vienen surgiendo cualquier cantidad de medios digitales con lineamientos editoriales más abiertos a pensamientos contrarios, y con herramientas de discusión y análisis sobre temas de interes general. ¿No será esto último, el condimento especial del que está careciendo nuestra prensa tradicional como para pensar en mantenerse vigorosa por más tiempo? Eso, sumado a que alguno les ha dado por presionar a su público a que se suscriban, va camino a que empiecen más temprano que tarde a desaparecer del escenario nacional.

A esa prensa bien le vendría aprovechar esta cuarentena para repensar su papel, reinventarse, renovar un batallón de columnistas, muchos cargados de odio, porque si la expectativa de vida calculada para los colombianos me aplica, de no hacerlo, creo que estaré en el sepelio de muchos de ellos.

Adenda: me recomendaron dejar de ser reaccionario en redes, y lo puse en práctica: corté los circuitos de acción que me provocaban reacción, y maté dos pájaros de un tiro, pues por un lado estoy recuperando la paz interior, y de otro, hoy tengo más aprecio por aquellos cuya amistad migré de la virtualidad a la vida real.

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